Sienta la libertad con la autocaravana

Simplemente partir, llevar todo lo necesario y parar donde se quiera... Una caravana es el mejor medio para explorar el entorno entre Constanza y Lindau. En el agradable viaje a lo largo de la orilla nos encontramos con paisajes de ensueño, excelentes viticultores y hasta con una extática poeta.

Texto: Alexander Jürgs
  

Todavía soñolientos, caminamos silenciosamente por los campos, dejamos atrás un viejo hidropedal y la fogata y bajamos hacia la orilla. El sol acaba de salir y sus cálidos rayos se proyectan en el agua. El lago está cubierto de niebla. Suenan las campanas de la iglesia y se oyen algunos pájaros. Justo enfrente está la Isla de las Flores, Mainau, dormida aún. Queda tiempo hasta que el raudal de visitantes empiece a llegar. Toco el agua ligeramente con el pie. Este lago es de un frío estimulante. Pero el día no ha hecho más que empezar.

El aparcamiento para caravanas de Litzelstetten, a cinco kilómetros en línea recta del centro de la ciudad de Constanza, parece haber salido de la nada. Un prado, un quiosco, una playa de grava... y nada más. Sin castillos inflables ni entretenimientos, y una pátina de mucho encanto. Mi mujer y yo queríamos explorar el Lago Constanza con una autocaravana durante un fin de semana largo del que disponíamos. La última vez que yo había estado en un vehículo así había sido casi cuatro décadas atrás. Por entonces estaba en la escuela primaria. Y el país cuya costa habíamos recorrido se llamaba Yugoslavia.

Recuerdo ese viaje como una gran aventura. Por la mañana nunca sabíamos dónde acabaríamos esa tarde. Entonces no había plazas de aparcamiento para caravanas. Las plazas en las que parábamos eran las de los pueblos, o en campos de labradores. La cosa era sencilla: en los sitios que nos gustaban nos quedábamos unos días. Es extraño, pero esa sensación de libertad ahora la he vuelto a sentir, aunque solo hemos pasado la primera noche en la caravana. Es la felicidad de no tener que planear nada, de dejar que el día te sorprenda.

Nuestra primera parada es a dos pasos: Fuchshof en Dingelsdorf, una mezcla de tienda agraria y taberna al aire libre. Por todas partes se ven los amplios campos en los que esta empresa familiar cultiva la fruta. Nos abastecemos de manzanas del Lago Constanza y de peras. Al cesto de la compra también van a parar mermelada, queso, salchichas, mosto y una botella de aguardiente de ciruela amarilla. Y una bolsa llena de "almas"... Las deliciosas pastas de espelta con comino y sal antes solo se hacían en el Día de Difuntos, y de ahí su nombre. Esta es otra de las grandes ventajas de viajar con una autocaravana: que se puede parar y hacer picnic donde se quiera. A fin de cuentas, la nevera viaja contigo. Pero ahora seguimos nuestro camino. "Vayamos por el lago",

 

Nuestra primera parada es a dos pasos: Fuchshof en Dingelsdorf, una mezcla de tienda agraria y taberna al aire libre. Por todas partes se ven los amplios campos en los que esta empresa familiar cultiva la fruta. Nos abastecemos de manzanas del Lago Constanza y de peras. Al cesto de la compra también van a parar mermelada, queso, salchichas, mosto y una botella de aguardiente de ciruela amarilla. Y una bolsa llena de "almas"... Las deliciosas pastas de espelta con comino y sal antes solo se hacían en el Día de Difuntos, y de ahí su nombre. Esta es otra de las grandes ventajas de viajar con una autocaravana: que se puede parar y hacer picnic donde se quiera. A fin de cuentas, la nevera viaja contigo. Pero ahora seguimos nuestro camino. "Vayamos por el lago", propone mi mujer. El ferry para vehículos entre Constanza y Meersburg funciona todo el año. No tenemos que esperar mucho al siguiente. A bordo, el viento nos golpea en la cara. En la proa del barco rompe la espuma de las olas. El panorama ahora está despejado. El agua resplandece con un azul intenso. Y de pronto divisamos también los viñedos bañados por el sol de la orilla norte. El Lago Constanza es una zona de cultivo apreciable. Los viticultores de la región tienen una excelente fama.

Y su degustadora más conocida fue una escritora de la pequeña ciudad de Meersburg: Annette von Droste-Hülshoff, autora de poemas, baladas y de la novela "El haya de los judíos", que ha pasado a la historia de la literatura. A finales de septiembre de 1841 fue por primera vez a Meersburg, donde su hermana Jenny vivía con su marido, el barón Joseph von Laßberg, en el castillo viejo. Y se enamoró del lugar al momento. La encantadora localidad a orillas del lago, con sus callejuelas y sus preciosas casas de paredes entramadas fue para la poeta "como la otra mitad de mi patria". Aquí se sentía libre. La pequeña ciudad no oculta el orgullo que eso supone. Hay recorridos turísticos dedicados a la poeta, una vez al año se celebran las jornadas literarias dedicadas a ella y, en el castillo viejo, pueden verse las habitaciones en las que vivió y trabajó durante sus estancias. También puede visitarse la Fürstenhäusle, la pequeña villa en la que vivió, que se encuentra en la ciudad alta. La casita con jardín que había construido el canónigo de Constanza Jakob Fugger fue adquirida por la poeta en una subasta en 1843. Pagó 400 táleros, procedentes de los honorarios de su segundo libro, por esta pequeña joya que ella llamaba "madriguera de tejones". Actualmente es un museo en el que se puede revivir la época Biedermeier. En las paredes cuelgan delicados dibujos, siluetas de papel y pinturas. Hay un escritorio, un piano vertical... En el jardín todavía se cultiva la vid, igual que cuando la escritora compró la casa. Nos sentamos en el banco de la parte delantera y contemplamos el bullicio de las calles de la ciudad, el lago y las cumbres cubiertas de nieve de los Alpes. "La vista es demasiado bonita", escribió Droste a su amiga Elise Rüdiger sobre este lugar.

Poco después de pasar Meersburg

, un pequeño cartel muestra el camino a la explotación vinícola Aufricht. Por estrechos caminos vecinales se baja en dirección a la orilla del lago. Nuestra Camper, una Van de la marca Carado, es más estrecha y manejable que las autocaravanas normales, por lo que dominamos el camino sin problema. Por el gran parabrisas frontal del vehículo tenemos de nuevo a la vista al tranquilo lago. Llegados a la explotación, con bonitas construcciones en madera, el viticultor Manfred Aufricht nos lleva de inmediato a la sala de degustación. "Los vinos del Lago Constanza son muy especiales", afirma. "Es por el clima tan particular de aquí: durante el día hace calor y mucho sol, y por la noche el lago proporciona fresco". Así, las uvas pueden desarrollar lentamente todo su aroma. "Por eso nuestros vinos son característicos, propios de aquí", afirma Winzer. "Aquí nada es sustituible". La diversidad de su explotación vinícola es muy amplia, desde borgoñas blancos y rojos hasta el Veltliner verde y algunos tipos de Auxerrois y de borgoñas jóvenes. Tiene incluso un tipo de oporto. Manfred Aufricht nos sirve uno de sus vinos tintos, un borgoña viejo de la región vinícola de Mocken. Es un vino intenso y con aromas fuertes que recuerda a las grandes cosechas francesas. En 2016, esta explotación vinícola obtuvo el primer puesto del premio alemán para vinos tintos Rotweinpreis. Vamos con nuestras copas a la terraza del primer piso. Desde lo alto se ve cómo los viñedos de Aufricht se extienden hasta la orilla. "En verano, a nuestros clientes también les gusta darse un chapuzón en el agua", cuenta Winzer. Y tiene una sugerencia para nosotros: no lejos de allí, pasada la explotación, hay un aparcamiento para autocaravanas que "todavía es desconocido". Es una antigua destilería con cantina situada en la población de Stetten. Se puede pasar la noche y degustar deliciosas Dünnel, la variante suaba de la pizza alemana.

El acogedor restaurante se encuentra junto al aparcamiento de caravanas. Desde las ventanas laterales de nuestra cama transversal, situada en la parte trasera del vehículo, contemplamos después el cielo nocturno. Al día siguiente tenemos otros dos destinos: el museo de palafitos de Unteruhldingen, a cinco kilómetros al oeste de Meersburg, y Friedrichshafen, en dirección este y a mitad de camino de Lindau. La aldea reconstruida de palafitos sobre el agua nos recuerda cómo construía, cazaba y vivía el ser humano en la edad de piedra, hace 6000 años, en el lago Constanza. En Friedrichshafen es posible sumergirse en la historia de la tecnología alemana. En la antigua estación del puerto, un elegante edificio de estilo Bauhaus, se ha construido el elegante edificio del museo Zeppelin para recordar a Ferdinand Adolf Heinrich August von Zeppelin, el pionero más conocido de la navegación en globo. La atracción estelar es una copia parcial del LZ 129 Hindenburg idéntica al original. Se ha reconstruido al detalle el equipamiento del famoso dirigible. Se accede por una estrecha entrada y se pueden ver los sencillos y modernos camarotes y las salas de lectura y escritura en las que pasaron el tiempo los pasajeros que cruzaban el Atlántico.

Al aparcamiento de Lindau llegamos bien entrada la tarde. Tenemos mucha suerte, porque al lado de la orilla del lago queda un sitio libre. Estacionamos la Camper, montamos el toldo y cogemos la mesita del gran garaje de la parte trasera del vehículo. Si hubiéramos puesto un soporte para bicicletas, llevaríamos siempre las nuestras. De todas formas, ahora tampoco nos apetece mucho movernos. Abrimos una botella de Pinot Blanc de los Aufricht y cortamos un poco de queso. A nuestras espaldas, los grandes árboles llenos de muérdago ondean con el viento. En el lago se ven a algunos surfistas de pala y, al fondo, la isla de Lindau. Dentro de poco se pondrá el sol y el cielo se teñirá de violeta.

Nos sentamos, miramos el lago y sabemos que volveremos pronto. Y seguro que con la autocaravana.

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